De lo que me acuerdo es que cuando era pequeño era cabezón, ya se que ahora también lo soy, y me acuerdo de que aunque tenia un buen numero de juguetes, ambicionaba tener cualquier objeto de mis hermanos, lo que fuese, con cualquier cosa era feliz, y aprovechaba cualquier despiste para acercarme a uno de esos venerados objetos y tenerlo en mis manos y estrujarlo, en ocasiones con fatales consecuencias, a mi hermana todavía le debo un hamster. Una mañana yo me puse malo voluntariamente y mi madre considero que no debía salir de casa, así que aprovechando la ausencia de mis hermanos, que estaban en el cole siendo atacados por niños “drubios” y maestras cantarinas, me adentre en la habitación de mi hermano y me hice con la flauta dulce que le habían comprado para la clase de música. Ese extraño objeto cayó en mis manos sin apenas esfuerzo, lo apretuje u comencé a soplar con fuerza. Que ruido más espantoso!! Aquello sonaba fatal, no era yo el que tenia la culpa, yo era bueno, era el instrumento el que no funcionaba bien, así que obcecado en sacar un sonido de esta, la mantuve en mi boca y seguí soplando y soplando hasta que oí a mi madre en el piso de abajo llamándome a gritos. Matías!!! Que coño estas haciendo!!? Sin sacarme la flauta de la boca, con intención de mostrar mi superioridad sobre ese instrumento tan tozudo, baje las escaleras de mi casa corriendo resbalándome en el ultimo tramo y clavándome la flauta dos veces en la cabeza, con fatal resultado para mis dientes y mi frente, (de ambas heridas aun tengo marcas demostrables).
Mi madre me recogió del suelo y me llevo a urgencias donde ya todos me conocían y me llamaban por mi nombre ¿Qué ha sido esta vez Matías?
... Y así fue mi primera experiencia musical
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